miércoles, 20 de septiembre de 2023

Dímelo

 Un lugar colmado de historias


¡Demasiadas coincidencias en un solo día! 

Para esa época mi residencia estaba en la capital del país. Una ciudad que me brindó y me despojó de lo que necesité para vivir intensamente desde mis años primaverales, hasta este presente que siguen siendo años maravillosos, como se titulaba la serie de la que tomé el nombre del protagonista para asignárselo al gran amor de mi vida. 

Había llegado la fecha, era el momento de elegir a los representantes que gobernarían los cuatro años siguientes. Los rayos del sol hacían guiñar mis ojos, luego, opté por llevar prendas cómodas, que estuvieran en sintonía con la fecha y lo que estaba sintiendo, pues vale mencionar que, si bien la mente es nuestra gran aliada, si no la sabemos controlar se puede transformar en nuestro mayor verdugo, por lo que debía ser yo la que tuviera el control de mis pensamientos, para avanzar, como era mi deseo. La sensibilidad estaba a flor de piel, sobre mi pecho sentía como un lienzo dorado, deseaba que su textura y color reflejaran parte de lo que mi ser anhelaba. Sin proponérmelo, todo armonizaba, porque la chaqueta era color celeste como el firmamento en su mayor esplendor. Por su parte, mis pies se refugiaban silenciosos, guardaban heridas que aún dolían y secretos que no debían ser revelados, y aun así ellos avanzaban como queriendo conquistar el mundo con cada paso que daban. En mi pequeño bolso empaqué lo que consideré necesario llevar, algo que me protegiera de la lluvia o el sol, un buen amigo que me contara historias, un refresco saludable, algunos elementos personales, el documento de identidad y no podía faltar quien sería testigo de mi decisión, era rojo, como el carmesí que fluía por mi cuerpo, ese que en algunos momentos nos ayuda a registrar palabras que evocaban un cúmulo de emociones y algunos gratos recuerdos que se quedan como improntas en el alma. 

Los fines de semana tenía como hábito levantarme temprano y salir a hacer las rutinas de ejercicio que ya tenía establecidas. Empero, ese día decidí hacer algo diferente, primero fui a tener un encuentro muy especial, conmigo y con ese ser superior que no lo vemos, pero que a su manera cada uno cree que existe. Tuvimos una conversación breve y sincera. Fueron solo unos minutos, suficientes para soltar recuerdos que me perturbaban, tanto que me aceptó canjearlos por pensamientos más esperanzadores. No tenía prisa, por eso decidí caminar hasta el lugar al que me dirigía, con una particularidad, conté los pasos desde que salí de ese lugar, hasta que llegué a la fila de ingreso, donde cumpliría con mi compromiso como ciudadana. Fueron 2329 pasos, un número que al volverlo a ver tuvo significado, correspondía al año y el día que estaba viviendo.

Lo asumí como algo normal, sin embargo, de ahí en adelante, los veinte o treinta minutos siguientes, contribuyeron a complementar esta historia. De últimas en la fila estaba una señora mayor de mí, y no lo digo por pretenciosa, porque aparentaba unos setenta años, vestía ropa formal, prendas de colores vistosos y brillantes, sus risos entre plateados y dorados caían sobre sus hombros, lucía maquillaje, un poco cargado para mi gusto, pero eso no le quitaba lo amable y pintoresco de su figura. Sin haber entablado conversación, algo que usualmente yo acostumbraba hacer, me dijo cuál era el candidato de su preferencia, aquí entre nos era diferente al mío, pero de forma amable sonreí.

Luego, me contó que el otro candidato, es decir, por el que yo iba a votar, no era de su preferencia, es más, ¡que le caía mal! Siguió hablando del tema, me contó que tenía una amiga que se había enojado, por haberle enviado un Tik Tok en el que hacían burla de ese candidato. “¡Imagínese, era una broma, por eso se lo mandé, pero claro, como ella es profesora y pensionada, es como de su edad, se llama M…, qué creen, era igual a mi primer nombre; continúo, ¡entonces no me volvió a hablar! ¿Usted qué opina? Nuevamente volví a sonreír y le dije que los temas de política y de religión no se debían hablar con los amigos, ni con las personas queridas, porque generaban controversia y en algunos casos distanciamiento. Ligeramente se giró, me miró a los ojos y me dijo: “y usted por quién va a votar?” volví a sonreír tímidamente, por fortuna en ese momento llegó un hombre relativamente joven, treinta y cinco o cuarenta, venía a decirle en qué mesa le correspondía votar.

Me preguntó para qué mesa iba, pero, de verdad, créanme, yo no sabía, de manera que le dije que consultaría adentro. De forma cariñosa se dirigió a él y le dijo, “hola mi amor”, aquí diciéndole a la señora que voy a votar por el candidato “más apuesto”, cierto! Y me miró nuevamente. “¿Y usted por cuál es que va a votar? Era inevitable, debía darle una respuesta, por fortuna el universo se confabuló conmigo, porque alguien en voz alta dijo: “tenga su documento en la mano”. Retomando el tema, me dijo, sí, lo que usted dice es verdad, de política y de religión no se debe hablar con las amigas, ¡ah, y del marido tampoco! ¡Yo me separé de mi marido porque era muy tóxico! Un día una amiga me dijo que por qué me había separado de A…, si él era buena persona. ¡No! Un paréntesis, ¡el nombre de su esposo era igual al de alguien que yo había conocido! Ella continúo, “… y desde entonces no le hablo, porque, ¿cómo se atreve a comentar sobre algo que ella no conocía, ni sabía qué pasaba debajo de las cobijas? ¡qué atrevida cierto! Yo dejé de ser su amiga”.

De mi parte, silencio total, esta vez mis labios estaban paralizados. Ya vamos a ingresar, nos vemos, ¡adiós! Me dijo sonriendo. Antes de irse me preguntó mi nombre, ¡resulta que éramos tocayas con mi segundo nombre! Se alejó, no sé si lento o rápido, pero mis ojos la veían como en cámara lenta. Ingresé, busqué la mesa en la que estaba registrada, había unas cinco personas haciendo fila, discretamente miré de izquierda a derecha los jurados, para ver si había algún conocido, pero cuando ya me disponía a alistar mi cédula, adivinen a quién vi, ¡a ella! Estaba en la siguiente mesa, me miró y se dirigió hacia mí, ¡oh, no! Levemente  le sonreí, parecía estar sola, pero no, unos pasos atrás estaba él, el joven de cabello liso y mirada jovial, vestía ropa de colores lúgubres para su edad, se acercó a ella le tomó la mano, le dio un beso en la boca, ella sonriendo me dijo, le presento a mi esposo.   (Melodi). Octubre 29, 2023 6:24 p.m.